18 febrero, 2009

Nimiedades


Uno suele despotricar cada vez que sufre los horrendos atascos de Madrid o cuando el metro va hasta los topes y apenas puedes respirar ni leer entre la marabunta. También nos entran los siete males si la comida se nos ha quemado o cuando la tele se ve borrosa porque hace aire. Quién sabe, igual hoy has bramado y expelido improperios por mor de alguna otra chorrada cotidiana. Nos damos demasiada importancia, intuyo. Nos preocupamos por lo más insignificante. Y es que esta semana, elaborando un reportaje sobre las peticiones de los niños a nuestros gobernantes, un chico me contó que su padre estaba en paro, que todo les resultaba carísimo y que la crisis los tenía atenazados. Otro exigía la felicidad para su familia, para todo el mundo. Y quizá ésa es la clave: ser más felices.

Mientras algunos pensamos en cosas innecesarias, otros realmente sienten que para sonreír basta con poco, acaso una grata compañía, un paseo o un libro ameno. ¿Verdad que somos bastante insolidarios? Nos preocupamos por nada, al tiempo que otros reciben tratos injustos y el abuso de poder -en ocasiones la puñetera vida- se cierne como un peligro inmediato sobre ellos. No sé, podríamos instaurar el Día Internacional de las Quejas Absurdas. Igual nos percatamos de que el vicio de protestar por cualquier nimiedad denigra las auténticas razones para la indignación.