
Tras la nieve, nos acaloramos con la rabiosa actualidad. Ay, el tiempo pone a cada uno en su sitio y ahora resulta que el duelo más desigualado y morboso de los últimos años en los medios de comunicación era otra trola del periodismo más devaluado que uno recuerda: no me refiero al teórico enfrentamiento entre la Campanario y Belén Esteban (líbrennos la sensibilidad y la inteligencia), sino al grave y ponzoñoso asunto de Herman Terstch y el Gran Wyoming: la agresión al presentador de TeleEspe (sic) fue producto de una trifulca tabernaria a deshoras, nada que ver con las parodias del Groucho Marx patrio, a quien la presidenta de la Comunidad de Madrid acusó de instigador con el cómplice eco de la caverna ideológica que la ampara. Ahora, cautivos y desarmados los fariseos de la información (justo cuando, valga el corporativismo, se condena a quienes aportan datos veraces), uno se pregunta quién pedirá disculpas en nombre de la decencia: lamento el grosor de los términos, pero al pan, pan.

Y hablemos de cosas serias: que Díaz Ferrán siga al timón de la patronal cuando no ha logrado vencer la deriva de su propia empresa supone un insulto para cualquier individuo con sentido común: causa sonrojo comprobar cómo casi ningún político –del color que sea- se moja para exigir medidas urgentes: quizá las recetas contra la crisis que elaboran no les permiten precisamente presumir ante el pueblo llano, que se distrae del espanto cotidiano anhelando fascinantes opios y ancestrales evasiones. Porque la vida está para ver, oír y contar y a pesar de todo, como decía Woody Allen, la realidad es mejor que la ficción porque es el único sitio donde te puedes comer un buen filete.
Y si quieres otros mundos, paladea ese taquillazo inconmensurable titulado “Avatar”, que

encumbra al célebre James Cameron por su revolución tecnológica y desprestigia -aún más- al Vaticano por su crítica airada. A estas alturas de la película, que la Iglesia se meta en camisa de once varas no extraña a nadie; que lo haga calificando “Avatar” de “superficial parábola anti-imperialista y antimilitarista” sin “verdaderas emociones humanas” produce asombro; y que la considere un “guiño hacia las pseudo-doctrinas que han hecho de la ecología la religión del milenio”, sencillamente, sirve como ejemplo cafre de humor surrealista: como determinados postulados de los mentores de la auténtica religión: la que clama al cielo... La que fue una, grande y libre. Feliz año.
P.D. de V15/1/2010: Ahora, desear un feliz año cuando nos enteramos de la tragedia de Haití es irónico. Ayudemos como podamos. Tiremos adelante, pase lo que pase.
Mil gracias por vuestro interés.